Aceptemos los cambios de la vida y sigamos adelante
Nueve claves para no estancarse en las dudas del presente y asumir los cambios que, inevitablemente, se nos presentan en el día a día.
1. Huye de las batallas perdidas
El primer paso para afrontar con mejor predisposición los cambios es aceptar que nada podemos hacer para detenerlos. El filósofo griego Heráclito lo expresó en una imagen genial hace cientos de años: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Cuando alguien regresa a un mismo cauce, las aguas no son las mismas ni tampoco ese alguien es aquel que fue.
El cambio es inevitable e imparable. Todos los intentos de detenerlo, retrasarlo o anularlo son estériles. Es una pelea que debemos abandonar (pues está perdida) y enfocarnos en cómo “surfear” la ola del cambio.
2. Inevitables y muy deseables
Las utopías de la eternidad y de la inmutabilidad de la vida no son solo imposibles, sino que si fueran realizables, se volverían prontamente aborrecibles. ¿Podéis acaso imaginar una vida absolutamente monótona, eternamente igual y que fuera, aun así, deseable? Yo no puedo. Aun en las mejores condiciones no logro imaginar una existencia inmutable que no se volviera, pasado un cierto tiempo, abominable.
Así, el cambio no es solamente inevitable sino deseable. Es, quizá, lo que hace que nuestras vidas humanas no sean completamente vanas y se diferencien de la vida de un mosquito o de una marmota.
3. Los cambios que no detectas
Hace algún tiempo diferencié dos tipos de cambios. El primero, el “cambio en pendiente”, está conformado por aquellas pequeñas transformaciones que se producen de manera gradual y de forma imperceptible. El desgaste de las cosas, el crecimiento de los niños, el envejecimiento son procesos de “cambio en pendiente”.
Como ocurren de manera tan lenta e ininterrumpida, solo tomamos conciencia de ellos cuando algo (una fotografía, por ejemplo) nos confronta con el pasado.
4. Cuando el cambio es drástico
El cambio en escalón es aquel que se genera en un corto periodo de tiempo y de modo más o menos brusco. En estos casos tenemos plena conciencia de las modificaciones que se han producido en nuestra vida, pudiendo reconocer y diferenciar claramente un antes y un después. Los cambios en escalón ocurren a veces de manera programada y podemos preverlos, pero otras veces, nos pillan desprevenidos o, más dramáticamente, nos golpean.
Una mudanza, un nuevo trabajo, una muerte, un nacimiento o el contraer matrimonio son todos eventos que generan cambios en escalón.
5. ¿Por qué te quieres resistir?
El cambio es, como dijimos, ineludible y sin embargo muchas veces nos encontramos a nosotros mismos tratando, justamente, de hacer todo lo posible para que las cosas permanezcan igual, para que nada se modifique. Queremos retrasar el cambio, disminuirlo o deshacerlo…
Y cuando todo esto no funciona, todavía tenemos un último recurso: negarlo, “aquí no ha pasado nada”. Lo llamativo del caso es que todas estas actitudes aparecen con frecuencia aun frente a cambios que la persona había deseado o por los que había trabajado activamente. ¿Qué es lo que nos hace retroceder frente a los cambios?
6. Cambiar es perder, asúmelo
Los cambios nos echan hacia atrás por una sencilla razón: todo cambio implica una pérdida. Cuando algo se transforma, deja de ser de determinada manera y comienza a ser de otra: lo que era deja de ser. Aquello que ha cambiado ha dejado de existir; o sea: se ha perdido. Y las pérdidas, por supuesto, duelen.
Podemos comprender entonces que nuestra resistencia a los cambios no es otra cosa que un intento de no enfrentarnos con el dolor de perder algo que nos ha acompañado algún tiempo en nuestra vida aun cuando ya no lo deseemos más.
7. Dejar atrás para ir hacia delante
Esto no quiere decir que no haya cambios positivos. Es posible que la ganancia sea mayor que la pérdida, pero no por eso dejaremos de sentir un poco de dolor por la desaparición de la situación inicial. El dolor no se determina por el resultado de una ecuación costo/beneficio.
Todos los cambios van acompañados por el dolor de dejar algo atrás y se siguen con un periodo de “duelo” en el que elaboramos nuestra nueva situación. No debemos confundir en este momento el dolor natural y esperable y terminar pensando que hemos tomado una mala decisión. Nos equivocaríamos.
8. El dolor no es ninguna señal
He conocido muchas personas que al poco tiempo de haber decidido terminar una relación de pareja se encuentran pensando en volver con aquella persona. Se dicen a sí mismas: "Siento tanto dolor, debe ser que todavía lo/la amo". Confunden el dolor de una pérdida con el deseo de continuar la relación poco satisfactoria que tenían.
Es posible que ese deseo exista, pero el dolor no es la medida. Lo mismo puede sucedernos con las decisiones en cualquier otro ámbito de nuestra vida, no debemos confundir el dolor que da dejar atrás lo que fue en un momento dado con el arrepentimiento por lo que es en la actualidad.
9. Ser alguien nuevo cada día
Perder, dejar atrás, cambiar, es doloroso… Pero también puede ser liberador. Esta es la maravilla del cambio: que nos entrega un universo de posibilidades. Ante la pregunta de si la gente puede cambiar, respondo rotundamente: por supuesto que sí.
Puede ser difícil, doloroso, pero es posible. Nada nos ata al pasado. Somos alguien nuevo cada día y podemos elegir, cada día. Para afrontar los cambios que vendrán y aceptarlos, debemos estar dispuestos a renunciar, pero en retribución ganaremos un abanico enorme de opciones y caminos.